dimecres, 14 de gener del 2015

De bebés, cerebros, familias, libros y otras maravillas

Universidad de Salamanca
Jornadas de Bibliotecas Infantiles, Juveniles y Escolares
La familia y uno más: la lectura en casa
Programas, actividades y reflexiones en torno al desarrollo de la lectura en el ámbito familiar
16.as Jornadas de Bibliotecas Infantiles, Juveniles y Escolares
29, 30 y 31 de mayo de 2008
© Fundación Germán Sánchez Ruipérez


De bebés, cerebros, familias, libros y otras maravillas. 

1. En la lectura, en el contagio de la afición por la lectura, muchas veces olvidamos que el deseo es el motor de todas las actividades humanas. De la misma vida. El deseo de saber es uno de los motores o de las libidos que nos guían. He dicho en otros lugares que la tarea de la educación es encauzar ese deseo de conocimiento, afianzarlo, procurarle los cuidados necesarios para que crezca, se fortalezca, dé sus frutos. Se trata de un deseo innato —también de ha dicho y es sabido— como los otros deseos que nos empujan, y los mejores educadores cuentan con él como un aliado, un colaborador y un amigo.

2. Contar como aliado con ese profesor interior que es el deseo de saber, permite enfocar las primeras lecturas como una satisfacción de los múltiples «porqués» que repiten constantemente, como un estribillo, los primeros lectores. Ofrece también un criterio de selección de los libros que se les ofrecen. No el único, pero sí uno de los más eficaces e inmediatos.

3. Junto a ese deseo de saber, existe también, en una capa más profunda y por lo tanto menos inmediata, un ansia de belleza. El deseo de saber puede satisfacerse con la información adecuada a cada edad. El ansia de bellesa debe empezar a atenderse con la poesía, igualmente adecuada a cada edad. El lector distinguirá pronto la función comunicativa, práctica, del lenguaje el primer caso, y la función creativa, desinteresada, en el segundo. Y paso a paso irá educando la exigencia de su nivel lector.

4. Hemos pasado en poco tiempo de una escuela —y una sociedad— represora, censora, predicadora, a una escuela —y una sociedad— amena, permisiva, placentera... Hasta hace poco, el maestro era el centro de la escuela; ahora lo es el alumno. Del primer tiempo han quedado las prevenciones, los consejos, los frenos, las regulaciones, las ordenanzas... En el segundo, impera la sobreabundancia —el supermercado—, la improvisación, la espontaneidad, las falsas promesas del placer que proporciona —que «debe» proporcionar, como se exige a cualquier otro producto del consumo— la cultura, el estudio, la lectura. Antes, la escuela y los educadores tenían entre otras misiones la de prohibir los placeres, o al menos encauzarlos en la dirección de la doctrina establecida. Actualmente, el maestro o educador ejerce como animador, estimulador, despertador, encauzador de la felicidad como bien supremo que deben alcanzar los alumnos a través de todas las actividades que se les proponen —no me atrevo a decir que se les exigen— sean deportes, estudio, ciencia..., libros, lectura. Se habla de restablecer la autoridad del maestro/educador: un primer paso sería librarle de esa función de propagador de la felicidad universal, de los placeres escolares.

5. Cada vez es más evidente que la escuela no puede abarcar todas las disciplinas —o actividades o satisfacciones— que requiere la formación integral de los alumnos. Un ejemplo lo tenemos en el deporte: para los alumnos que quieren destacar en alguna práctica deportiva los ejercicios escolares son insuficientes, deberán inscribirse en gimnasios fuera de la escuela o en clubes igualmente ajenos a la escuela. Podríamos poner otros ejemplos, como el de la educación musical y otros. La biblioteca, los libros, la lectura, son las aulas paralelas y los profesores complementarios que perfeccionaran la obra educadora, formativa, escolar. La escuela no puede ni debe pretender hacerlo todo: debe enseñar a los alumnos a aprovechar esas oportunidades que tienen extra-escolares, y la más general y personalizada de esas oportunidades es la lectura personal, el uso de la biblioteca.

6. En el marco de placidez en que intenta desarrollarse la educación ¿dónde queda el esfuerzo necesario para cualquier tipo de progreso, sea deportivo, científico o lector? Una de las tareas más importantes del educador/maestro es el cálculo de la dosis de esfuerzo que debe exigir para conseguir el grado de satisfacción que anime al alumno a continuar esforzándose, aunque esa satisfacción no proceda en principio de la propia actividad exigida, sinó de circunstancias paralelas como el agrado del profesor, el logro de un sentido de disciplina o orden, el prestigio social de esa actividad... Por eso actividades como el teatro, que combinan el esfuerzo de memorización y comprensión del texto, con el punto de vanidad personal, de implicación corporal total, de aplauso y consideración entre el público, etc., sirven para aplicar esa dosis de disciplina-satisfacción que decíamos. Y hay muchas más,
desaprovechadas en la escuela.

7. La propaganda comercial y también en ocasiones la institucional nos ofrece la lectura como una forma de felicidad o incluso de acceso al poder. La publicidad sólo vende placer y confunde casi siempre el deseo con la felicidad. Pero el deseo es falta de algo, y la felicidad es equilibrio y plenitud. El deseo sólo es el inicio, el anzuelo para conseguir no el placer, sino la felicidad, y disculpen las palabras solemnes. Con la lectura conseguiremos la felicidad pero sólo si somos capaces de hacer el esfuerzo necesario para conquistarla. El placer es efímero, la felicidad es duradera, o quiere serlo. El placer se regala, la felicidad se conquista o se merece. El placer normalmente es gratuito, la felicidad hay que obtenerla y tiene precio: en general el esfuerzo, la disciplina.

8. «El placer no es sino la realización de un anhelo previo» dice Proust y explica cómo desde hacía varios días sus deseos habían preparado, con una actividad incesante, aquel —y sólo aquel placer en su imaginación... etcétera. Más adelante indica que ese anhelo esperado no es siempre el mismo y cambia según las mil combinaciones del sueño, los azares del recuerdo, el estado de ánimo, el orden de disponibilidades de los deseos, cuyas últimas satisfacciones descansan hasta que se haya olvidado un poco la decepción de la consumación... En otro párrafo insiste en que «las actitudes según las cuales nos imaginamos un placer son previas...». Proust se refiere a deseos amorosos. Pero también habla de disponibilidad de los deseos y del anhelo previo. Es difícil sin un mínimo de preparación previa, acceder a cualquier deseo, lectura incluida. Además de un plan de lecturas adecuadas apropiadas, los educadores deberían pensar en un plan de incentivar el deseo previo de entrar en los libros. Hay muchas formas: el ejemplo del maestro es uno, la lectura de fragmentos interesantes otro, la presentación de la temática y del autor, otro más, la explicación de las claves de que se ha servido el autor para escribirlo y su utilización del lenguaje otra importante en ciertas obras... etcétera. Cada educador/maestro tiene en cuenta ese factor para otras actividades, por ejemplo en el deporte sirve de estímulo la derrota del contrario o el hecho de ganar un campeonato. Respecto a la decepción de la consumación, en este caso se trata de la leve tristeza que nos invade al abandonar una lectura interesante o fascinante, pero en los mejores casos, como en el de una relación cualquiera, queda siempre un poso de felicidad por la riqueza y los buenos momentos que nos han aportado.

9. La lectura es uno de los mejores instrumentos —no me atrevo a decir el único— para formarse a sí mismo. Hegel pronunció cinco discursos gimnasiales —o sea para el Bachillerato— durante su rectorado en Nuremberg que ofrecen brevemente y con sencillez su idea completa de cultura. «El hecho de que el hombre sólo se pueda formar a sí mismo era para Hegel el supuesto de la obligatoriedad de formarse, con el fin de participar en la comunidad, en conexión con el lenguaje...», subraya Karl Löwith, en uno de sus libros. Los cinco discursos tratan de la antigüedad, de la significación de los estudios gramaticales y lingüísticos para la cultura como tal, de la escuela como punto central, intermedio entre la vida familiar del niño y la vida pública del hombre, de la situación problemática de la cultura actual y la lucha entre lo antiguo y lo tradicional como lo moderno... y del concepto de disciplina así como la conexión entre la cultura ética y la científica. La disciplina. Formarse a sí mismo —que es lo mismo que tratar con libros, que leer— con disciplina. Y otro párrafo del mismo autor que no me resisto a repetir: «El estudio gramatical constituye una ‘‘filosofía elemental’’, porque permite conocer las esencias simples y abstractas, las ‘‘vocales de lo espiritual’’». Las vocales de la lectura.

10. El deseo no funciona sin «objeto pulsional» o sea sin el objeto que nos atrape, que nos atraiga o tiente. El libro, pues, muchas veces deberá ir acompañado de algo más, por ejemplo de la atención y el reconocimiento de maestros/padres/compañeros... La presencia invisible del adulto, bibliotecaria o amigo/hermano mayor que ha recomendado la lectura, estará presente en las primeras etapas del lector novel. La felicidad, sin testigos, no es completa. Muchas de nuestras necesidades, incluso las más primarias, no se satisfacin completamente sin un componente más profundo, los comensales de nuestra confianza en las comidas con las que estrechamos esa relación de amistad y compartimos los buenos momentos en la mesa, incluso el bebé que siente la necesidad de comida, reclama tanto la leche de la madre como su atención, su amor, su aprecio. Y alguien que tiene todo lo que necesita pero no todo lo que desea, tiene una carencia grave. Los adultos también nos movemos por parámetros parecidos: ¿Cuántas veces no hemos leído un libro por haberlo recomendado tal persona que estimamos, o para gustar y compartir experiencias con otra que apreciamos mucho? Esas lecturas son conversaciones con el otro, diálogos con libro interpuesto, y el acto lector se prolonga más allá del momento en que se efectúa. Muchos «clubes de lectura» funcionan de esa manera: la pulsión del grupo empuja a la lectura, y el goce de la experiencia compartida en una charla conjunta posterior lo prolonga y lo enriquece.

11. Muchas escuelas filosóficas han teorizado —y algunas además lo han practicado— sobre el buen uso de los deseos. Sin ese buen uso se pueden desear simultáneamente cosas contradictorias. Es necesario un criterio de orden, una lista de prioridades. Y una de las prioridades para la lectura es la buena disposición, el silencio y la compostura sin primordiales. Como en el deporte, el entrenamiento diario, esforzado y bien dirigido, es importante. Y tener presente la meta final como acicate constante para el esfuerzo. Muchos libros llevan el acicate en sus propias páginas, van en busca del lector, reclaman su atención, utilizan todos los trucos para retenerle. Pero el lector debe saber que hay otro tipo de autores y de libros, los que no se mueven de su mundo cerrado y de sus temas propios y que es el lector el que debe salir a su encuentro, atender a sus propuestas, penetrar en sus propuestas, porque al final la satisfacción y el provecho serán mucho mayores.

12. Las campañas institucionales a favor de la lectura siguen insistiendo en el placer, el poder, el progreso..., en fin, todos los beneficios que produce. O sea, la tratan como a cualquier otro producto del mercado, sólo por su utilidad. Las palabras esfuerzo, dificultad, entrenamiento, sacrificio, consejo..., están prohibidas. Con ello destierran del universo lector el concepto de actividad desinteresada y libre, generosidad y entrega, búsqueda apasionada y azarosa, entrega incondicionada y espléndida. No se dan cuenta de que al desterrar esas nociones de la lectura, al buscar sólo su interés inmediato y práctico, las apartan también de sus vidas, de sus objetivos, y con ello olvidan todo lo que en la vida es realmente importante, o sea lo que no tiene precio.

13. Disciplina para encauzar el deseo. Reservar un tiempo diario —en la escuela, en casa...— para la lectura. No existe el lector, existen lectores, cada uno con su nivel, su ritmo y sus necesidades. No todos los lectores pueden seguir al mismo ritmo la misma prescripción, pero a todos se les debe exigir que no abandonen el camino. Si el lector está en marcha, ya llegará. Lo importante es que no se detenga. Disciplina.

14. Gargantúa escribe a su hijo Pantagruel, en el libro que lleva su nombre, y le dice que la libido sciendi, o sea el deseo de conocer, se transforma con el tiempo y la práctica en voluptas sciendi, el placer de conocer. El saber no ocupa lugar, dice el refrán, y de todo se puede aprender. Desear el mismo deseo, sin otra preocupación posterior, sin la ansiedad de lograr resultado alguno. El placer por el placer. Como aquel psicólogo que aconsejaba que para hallar la felicidad, la primera condición era no buscarla, que las cosas en la vida vienen solas, sin proponérselo. Se hace camino al andar. Poco a poco y con buena letra.

15. Por eso hay que distinguir —y hacer que los lectores distingan— el lenguaje como instrumento de comunicación, y el lenguaje como objeto de creación artística. Nos comunicamos gracias al lenguaje, oral y escrito, però también podemos construir con él monumentos de belleza sin otra finalidad que la creación de una obra de arte, en un juego artístico que es el dominio del verdadero escritor. Son dos categorías distintas de lectura. Karl Kraus las distingue cuando dice que hay escritores en los que la forma y el fondo están unidos como un vestido sobre un cuerpo y otros en los que la forma y el fondo forman una unidad como el alma y el cuerpo. Y a esa categoría superior de la literatura, de la lectura, que normalmente es la poesía, es la meta a la que debemos llegar todos los lectores.

16. ¿A quién nos referimos cuando hablamos del lector? Hay muchos tipos de lectores y lo que es más importante, diferentes grados o dificultades de lectura. Cada lector supera las dificultades a su manera, aunque la mayoría de ellos se detiene cuando la lectura le exige algún esfuerzo y se queda en ese amplio espacio que va de los catorce a los noventa y nueve años, y por eso he dicho en varias ocasiones que el lector juvenil es el que va de la adolescencia a la madurez más extrema. Son lectores que buscan en los libros información y diversión, que se echan atrás ante las dificultades de cualquier tipo que les presenta la lectura. No les interesa la parte creativa del lenguaje, tienen dificultades para penetrar en los juegos técnicos que les ofrece el autor. Olvidan o ignoran que para muchos escritores el argumento, la historia, la información..., es sólo la percha que les sirve para colgar su creación de lenguaje. Sería como si los deportistas aceptaran sólo la parte que el deporte tiene de juego, de espectáculo y olvidaran los entrenamientos diarios, los esfuerzos necesarios para poder vestir la camiseta los días de confrontación y exhibición. Pero si la literatura se estudia en institutos y universidades, es porque hay un progreso en su aprendizaje y unas razones y claves para su comprensión y valoración, y no tiene el mismo nivel un estudiante de primer curso que uno de tercero o de final de carrera. El lector, considerado en general, no existe; existen lectores con diferente capacidad, distinto nivel, y diversas exigencias.

17. Una lista de obras de eficacia probada, seleccionada por edades y graduada por dificultades, con presentación para preparar la lectura, podría ser de gran ayuda en los centros de enseñanza y en las bibliotecas. Listas abiertas al comentario y a la ampliación. Porque casi siempre el mejor método para engancharse a la lectura es el hallazgo de un buen libro.

18. Trabajo y suerte.

19. Hay un texto de Jaspers que guarda toda su vigencia en el mundo actual, sobre todo referido a la educación escolar y familiar, y dice así: «Si la educación ha de llegar a ser de nuevo lo que fue en sus mejores momentos (y el concepto que tiene el autor de esos mejores momentos de la educación es en sus palabras ‘‘la posibilidad de llegar a ser en continuidad histórica un ser humano en la mismidad’’) esto sólo es posible a partir de la fe que se trasmite de modo indirecto en la severidad del aprendizaje y la ejercitación de un contenido espiritual, y para esto no se puede indicar ninguna receta».

20. En el texto anterior hay tres puntos a destacar. Primero, que incluso en tiempos pasados —más de un siglo— el autor aconsejaba transmitir de modo indirecto. La proximidad de la familia y del maestro con el joven lector, hace que la tentación del modo directo, o sea la imposición y el sermoneo constante y asfixiante, sea grande. La familia y la escuela deben crear un clima que combine exigencia con libertad. Segundo: para esto no se puede indicar ninguna receta, dice el autor, o sea que cada circunstancia y cada individuo deberán encontrar ese modo indirecto más eficaz. Tercero: la severidad del aprendizaje y la ejercitación del contenido espiritual. O sea, inculcar una disciplina —exactamente como en los entrenamientos deportivos—, y el contenido espiritual —que empieza por la consideración del ser humano como ser que siempre es más de lo que sabe de sí mismo, él es su propia posibilidad gracias a su libertad con la que él mismo decide lo que quiere y puede ser. Y para lograr ese conocimiento de sí mismo y de los otros, la lectura, los libros, son el mejor medio. Hacer ver al joven lector ese camino, esa posibilidad, esa elección que tiene a mano, es una de las formas indirectas de acceder a la lectura.