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Mientras el Estado se plantea cómo proteger a los niños de la televisión, los pedagogos siguen preguntándose cómo enseñarles a leer. Un reputado autor de libros infantiles que fue maestro revela aquí sus trucos
"Primero lee tú y los demás imitarán el placer que tú expandes. Predica con el ejemplo"
"La escuela debería volver a la lectura en voz alta, desterrada por la pedagogía actual, y a los recitales de poesía"
EMILI TEIXIDOR - 19/01/2005
Contagiar el deseo de leer es como contagiar cualquier otra convicción profunda: sólo se puede conseguir, o mejor intentar, sin imposiciones, por simple contacto, imitación o seducción. No se trata de llenar ningún vaso –cerebro– vacío, sino de prender en una zarza el fuego que nos agita. Por el simple contacto de una llama. El mejor contagio/contacto es el ejemplo. Si nos preocupáramos menos por la lectura de los otros y más y con más rigor por nuestras propias lecturas, seguro que nuestro entusiasmo nos desbordaría y los más cercanos a nosotros advertirían esa plenitud que nos proporcionan los libros y quizás, quizás, otros intentaran alumbrar su propio ardor aprovechando alguna de las pequeñas chispas que desprende nuestra hoguera.
Primer truco
Primero lee tú y los demás imitarán el placer que tú expandas. Predica con el ejemplo.
Toda seducción tiene sus estrategias o sus trucos. Existen algu-nos, pequeños, sencillos y prácticos para facilitar el contagio. O mejor, la disciplina de la lectura. El esfuerzo que requiere abrir un libro e interesarse activamente por su contenido. Expondremos algunos, pero recordemos antes que para atraer al lector hay que lograr que el texto le concierna en algo, que pueda dialogar de alguna manera con él, del modo activo y participativo en que los aficionados al futbol leen los periódicos deportivos –calibrando los adjetivos dedicados a sus ídolos, examinando con lupa la descripción del partido, juzgando la injusta expulsión de un jugador...– o los economistas las cotizaciones de la bolsa. En resumen, que el lector pueda establecer un diálogo, por mínimo que sea, con el texto. Los primeros libros deben acoger al lector, no expulsarle de sus páginas. El placer de la lectura sólo se produce cuando el acto de leer se convierte en una creación, en un acto productivo, cuando el libro sabe poner en juego las facultades del lector. Los mejores libros son los que dan al lector suficiente espacio para rehacer el texto a medida que lo está leyendo.
Segundo truco
Todos los lectores tienen su nivel y hay que conocerlo antes de recomendarles un libro. Sepamos antes cuáles han sido sus últimas lecturas, lo que han leído con agrado o con dificultad, cuáles son sus intereses... en fin, qué deporte y en qué categoría está el equipo de sus preferencias... literarias.
No se trata de convertir la lectura en un programa educacional, sino de educar –sobre todo a los jóvenes– en la lectura. Una de las estrategias es ampliar las posibilidades para leer y, aprovechando los espacios, hacer que las bibliotecas, escolares o municipales, sean lugares de encuentro abiertos a los libros y a las personas. Si no se hace así, simplemente propiciando los encuentros, las iniciativas pueden convertirse fácilmente en instituciones que eliminen el placer de la lectura.
Tercer truco
En algunos países han establecido la hora del silencio en la cual todo el personal debe permanecer callado y con un libro en las manos, desde la directora hasta el conserje, y aplicarse en la lectura. Una hora diaria. No todos leerán al mismo ritmo. Lo que importa es facilitar tiempo y espacio para aprender la disciplina que requiere toda lectura atenta. Muchas escuelas hacen algo parecido, un rato de silencio con libros, mientras esperan el inicio de las clases.
La mecánica de la lectura. La pedagogia actual ha desterrado la lectura en voz alta y los ejercicios de lectura diaria en las escuelas. Antes, muchas escuelas unitarias dedicaban una hora diaria a la lectura en voz alta desde los siete a los doce años, más o menos. Eran muchísimas horas de entrenamiento lector. Steiner nos advierte de que sólo se comprende bien un texto cuando se lee en voz alta. Por algo a los actores les llamamos intérpretes, porque leer es interpretar un texto, dar la versión personal con las pausas, las inflexiones y el ritmo requerido. Muchos jóvenes no leen bien en voz alta, no saben interpretar el texto y en consecuencia no lo entienden. Para interpretar música, danza o pintura, hay que pasar por la dura disciplina rutinaria de las tablas, ejercicios, repeticiones y correcciones. Sólo tras un estricto aprendizaje diario, viene la felicidad de una intepretación perfecta. ¿Por qué la lectura sería la única habilidad que se libraría de esa disciplina esencial para sembrar el deseo? El deseo no es más que la necesidad de ejercitar lo aprendido con esfuerzo, de liberar las energías y potencialidades descubiertas en la práctica de los ensayos. Sin disciplina no hay deseo. El deseo anárquico y voluble no es deseo, es capricho.
Cuarto truco
Aprovechemos todas las oportunidades para leer o hacer leer en voz alta. ¿Por qué no se memorizan poemas, y se organizan recitales en las escuelas? La memoria, dicen, es el marcapasos de la inteligencia.
Carme Riera confesaba que su pasión por la lectura se le despertó en dos frentes: los poemas que le leía su abuela sobre cuentos populares mallorquines y la biblioteca de su padre, siempre cerrada bajo llave, y que le había prohibido utilizar sin excepciones. Dos fuentes de deseo: la generosidad oral y la prohibición de acceso a un mundo posiblemente maravilloso.
La técnica de algunos profesores era llegar a clase con tres libros y anunciar que iban a hablar de dos libros que llevaban consigo. Los alumnos avisaban inmediatamente que eran tres y no dos, ellos se hacían los sorprendidos, retiraban enseguida el libro intruso mientras comentaba que aquel no era un libro para ellos, con temas demasiado comprometidos para su edad, que su lectura re-quería un esfuerzo superior al que ellos podían realizar, que incluso lectores más experimentados podían sucumbir peligrosamente a las propuestas del autor... etcétera. No hablaban más de ese libro y se pasaban la clase presentando los otros dos. Acabada la clase, olvidaban los tres libros sobre la mesa. Todos se precipitaban sobre el libro proscrito del que ni siquiera habían mencionado el título. Y todos tomaban nota de él y lo leían, y unos pocos, además, leían los libros comentados y recomendados.
Quinto truco
Sólo lo difícil es estimulante. Las razones para leer de los adolescentes son las mismas que las de los adultos; la curiosidad desbocada, la pasión por descubrir otros mundos, de co-nocer a héroes o canallas osados, transgresores... ¿Puede despertar el deseo un texto masticado, preparado, recomendado... y mil veces descubierto? En América llaman a los libros recomendados por las autoridades académicas el beso de la muerte, la maldición que mata la espontaneidad y la ilusión del descubrimiento personal, único, la voz original que nos habla directamente a nosotros. En tiempos de saciedad, regala necesidad.
Los lectores andan desesperados por encontrar historias que les proporciones materiales imaginativos para crear nuevos mundos en los cuales puedan perderse o comprender mejor el funcionamiento del mundo en el que viven. Los lectores buscan pasar un buen rato perdidos en otros mundos, o en el lado más salvaje o sorprendente de éste. Aunque sepan que el tesoro de los libros no es nunca real y no es esencial para sobrevivir, todos los lectores buscan en los libros una metáfora de la felicidad.
Sexto truco
Huir de la cultura de protección exacerbada por los miedos de los adultos. Muchos adultos conciben la lectura como un salvavidas contra los embates de la vida, y no como una barca libre dispuesta a la aventura personal.
He aquí una pequeña lista de estrategias o trucos, además de los ya expuestos, utilizados por varios profesores para crear o reforzar el hábito de la lectura. Se refieren a ejercicios en grupo. Para edades determinadas, hay muchos más ejercicios. Nombramos sólo algunos para edades indeterminadas.
a) Hacer dramatizaciones de los libros. El grupo de lectores convierte el libro en una obra de teatro, no en detalle, sino en esquema, cuántos actos tendría, qué partes deberían conservarse y de cuáles se podría prescincir, cuántos personajes principales y cuántos secundarios, escenarios de la accion... Además, hacer el reparto entre los componentes del grupo, anotar las coincidencias de criterio, elegir a los más idóneos... etcétera.
b) Encargar la presentación del libro elegido a otro grupo de lectores, en otra clase, biblioteca, mural... etcétera.
c) Buscar finales alternativos y elegir el mejor o el más acorde con el espíritu del texto.
d) Muchas bibliotecas tienen clubs de lectores en los que ponen en común las diferentes opiniones sobre el libro elegido.
e) Subrayar las frases más importantes del libro a criterio de los lectores, y compararlas con las del resto del grupo. Mejor si una sola frase da idea del contenido.
f) Escribir parodias sobre el libro leído.
g) Si existe versión cinematográfica, comparar texto e imágenes. Dibujar un cómic... etcétera.
Ejercicios en solitario
a) Leer una sola línea –para adquirir el hábito de leer poesía– cada día. Sólo una línea, pero inexcusablemente cada día. Los lectores objetan que así no comprenderán nada, pero no se trata se comprender, se trata de ejercitar el esfuerzo lector y graduarlo a la satisfacción obtenida. Con un solo verso se acostumbrán al esfuerzo mínimo pero constante, aumentarán el vocabulario, reforzarán su disciplina lectora... y sin darse cuenta, al poco tiempo leerán un poco más, hasta apreciar las palabras, las frases, las cadencias...
b) Tener una fuente de información fiable: amigos, críticos, reseñas, profesores... donde acudir para formarse la opinión antes de leer un texto.
c) Hacer una lista de libros que puedan interesar, recomendados por esas fuentes de información, a fin de no quedarse nunca sin material. Añadir reseñas, opiniones... etcétera, a fin de aumentar la preparación y el deseo.
d) Tener consciencia del nivel alcanzado como lector... etcétera.
Seguro que cada maestro, padre, tutor... podrá añadir más seducciones o trucos a esos apuntados. He olvidado un buen truco: la indiferencia. Fingida, claro. Que el objeto deseado se muestre demasiado obsequioso y zalamero para seducir al lector puede hacerlo aborrecible a sus ojos, al tiempo que rebaja su posible mérito. ¿Qué poco seguro estará de sí mismo y de los placeres que ofrece, piensa el posible lector, si tiene que descender a mendigar mi atención? La atracción literaria es un compromiso íntimo, cada lector tiene una reacción única porque cada uno lee a su manera. Y, por fin, existe toda una educación del lector, una vez logrado el primer estadio de las primeras lecturas. Pero esa es otra cuestión, que trataremos otro día.
Emili Teixidor
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