divendres, 1 d’octubre del 2004

Pan Negro Crítica Ana María Moix

EL PAIS

PAN NEGRO

Emili Teixidor

No tengo la menor duda de que el lector de la versión castellana de Pan negro se sumará al entusiasmo que la novela de Teixidor ha suscitado entre el público catalán, ya que se encontrará con una novela que le arrastrará de la primera a la última página. Y no por estrategias ni intrigas argumentales, sino por la fuerza de su lenguaje, el tono envolvente de una prosa magnífica y el poderío narrativo -aparentemente suave- con que el autor nos hace partícipes del mundo que pone en pie. El mundo desolado, neblinoso, de la posguerra en una zona rural catalana. Un mundo duro, lleno de rencores, humillaciones, venganzas y silencios, narrado desde el punto de vista de un adolescente que descubre la verdadera naturaleza de los hombres durante el periodo en que vive en la masía de sus tíos y abuelos, mientras su padre está en la cárcel y su madre se ha visto obligada a trabajar en una fábrica situada en un pueblo cercano.

La historia, en sí misma, no

es lo que presta singular relevancia a Pan negro. Lo que conquista al lector de esta novela es la recreación lingüística de un universo mítico, el de la infancia, del que Andrés, el narrador, se va separando progresivamente a medida que en ese ámbito mágico -hecho de cuentos narrados por la abuela, el descubrimiento del sexo, la amistad, la naturaleza- va irrumpiendo la cruda realidad que acaba por enterrarlo bajo su bajeza moral. Novela iniciática, Andrés, acompañado de una memorable prima, la Lloramicos, vivirá, en el año de su estancia de la masía familiar, la dura experiencia de dejar de ser un niño, hijo de los vencidos, para convertirse, por propia elección, en un adulto prematuro que decide entrar en el universo de los mayores bajo la protección de los vencedores.

Un camino en el que se interna separándose de su madre, para ir a vivir bajo la tutela de un matrimonio adinerado de misa dominical y pan blanco en la mesa, tras un proceso de crecimiento moral que le convertirá en "un monstruo". Es de veras admirable el proceso de verbalización al que Teixidor somete a sus personajes, creándolos a partir de la utilización de un lenguaje que atina a prestar a cada uno de ellos una encarnadura perfectamente diferenciada. Y si en la versión original de la novela se aplaudió la viveza del lenguaje de una zona determinada de la Cataluña rural, hay que subrayar ahora la afortunada traducción al castellano, debida al propio autor.

Sin estridencias, sin efectismos, sin cargar las tintas en el desgarramiento propio de la vida de los vencidos tras la Guerra Civil, y con extrema sutileza al tratar la vida emocional de los personajes (la atracción sexual de Andrés por un joven que toma el sol, desnudo, en un jardín de tuberculosos, antes de que en su vocabulario exista la palabra homosexualidad, es uno de los grandes aciertos del libro), hacen de esta novela una obra sosegada y sabia, a la vez que conmovedora y terrible.

Ana María Moix

1 de octubre de 2004